sábado, 22 de mayo de 2010

Andrés Eloy

ANDRÉS ELOY
Freddy J. Melo
Apenas traspuesta la medianoche del 20 de mayo de 1955, luego de un homenaje a Alberto Carnevali, dos años antes asesinado en la Venezuela que atravesaba una de sus más atroces épocas de terror, murió en México, a consecuencia de un imperdonable accidente de tránsito, Andrés Eloy Blanco, un hombre de excepción y quizás el venezolano más amado del Siglo XX. Amado porque el raro don de la poesía genuina, que recibió en abundancia, lo compartió con el pueblo y del pueblo lo nutrió, y cuando se lanzó a los andares de la política, estuviérase en el lado contrario o en el propio, nadie se atrevió a herirlo con las flechas del odio, pues él no usaba carcajes y todos los enconos se desarmaban ante la inmediatamente reconocible carga de humanidad que lo aureolaba, la cual era capaz de florecer los espinos y sacar luz de las sombras con la sola magia de su voz. Hubiera podido ser a la vez pastor de leones y de corderos, como del joven Antonio Machado dijera Rubén Darío.

El homenajeado de aquella noche merecía la palabra del poeta, pues era de la estirpe de quienes están dispuestos a poner la vida en respaldo de las ideas que lanzan a la lucha. De su misma corriente y valor fueron combatientes como Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas, José Mercedes Santeliz y otros, todos ellos olvidados porque quienes los sucedieron se fueron hundiendo en la degradación y el oprobio y hoy aquellos nombres les pesan como una tonelada de vergüenza y recriminación. Son nombres que en realidad deben incorporarse, no a una facción política que llegó a ser indigna de ellos, sino al conjunto de los luchadores de todos los tiempos por la liberación de nuestro pueblo.

Andrés Eloy, así llamado y reconocido sin más apellidos ni epítetos, fue un hombre físicamente frágil (“diez de carne, diez de huesos y veinte de corazón”), pero de un vigor espiritual que lo convirtió en luchador de gran temple. Dos encierros cortos siendo todavía un muchacho, una prisión de cuatro años con grillos gomecistas en los tobillos treintañeros, varios confinamientos y el exilio final que le arrebató la patria, no quebrantaron su fe, que ni la cambiaba ni la vendía, ni le arrebataron del alma la rosa blanca de Martí. Su credo político lo manifestó en un discurso en abril de 1936: “Yo, que tengo mi posición definida dentro de las doctrinas socialistas”… Un socialista tal vez más cercano del cristianismo y el utopismo, pero con el corazón bolivariano y martiano al lado de la libertad, la justicia, “los pobres de la tierra” y su pueblo. “Un hombre bien construido por dentro”, según decir galleguiano.

Fue político dentro del poeta y poeta dentro del político y en todo lo que tocó: un Midas de la poesía, presente en el orador, el ensayista, el columnista, el jurista, el edil, el diputado, el constituyente, el canciller, el simple ciudadano. Poeta en el juego floral, en el retozo humorístico, en el verso popular y en todas las vertientes líricas, con cumbres alcanzadas en la copla amorosa, la hondura elegíaca y la clásica pieza final en que se exprime el alma. Y en todos sus doce libros. Cómo olvidar:

…cuando en tus aguas avanza, // buscando a punta de lanza // su pesca de libertad. O: y esa pobre mano por la que me matan // pónmela en la herida por la que me muero. O: Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente. O: ¡Qué ojos tan hermosos tienes, René Palma! O: y así fue que en tu espalda nació Alonso Bolívar // y fuiste el Rocinante de los ríos de América. O: En la esquina de Miracielos // agoniza la tradición. O: porque en las manos te sobraban flores // para reírte de la primavera. O: No es muerta, duerme, y la ordenó: ¡levanta! // y ella se alzó delgada de martirio. O: yo sólo sé que te vas, // yo sólo sé que me quedo. O: ¿Y entonces adónde van // angelitos de mi pueblo, // zamuritos de Guaribe, // torditos de Barlovento? O: Vienen cuarenta jinetes // con muertes desenvainadas. O: Los deditos de tus manos, // los deditos de tus pies. O: ¿Quién le va a secar el llanto // si pasó la comisión? O: Sol de mañana: por mi hermano muerto // quítale el frío al hijo de la ciega. O: Dulce hermana sin fin, hermana mía // del mundo entero y de su gente, hermana. O: A un año de tu luz, e iluminado // hasta el final de su latir por ella, // desanda el viaje el corazón cansado. O: Lo que hay que hacer es dar más // sin decir lo que se ha dado, // lo que hay que dar es un modo // de no tener demasiado // y un modo de que otros tengan // su modo de tener algo (…) Si alguien te pide tu sabiduría, // dásela, aunque se niegue a creer en tu credo. Un hombre bien construido por dentro…

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